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RECORDANDO A MI VECINO
JUAN APARICIO GARCIA.
(1928-2013).
AÑO 1956. CASAS Y VECINOS DE LA CALLE RAMON FRANCO
(Texto escrito el 12 de junio 2013)
Con esta fotografía puesta en el programa de Fiestas del año 2006, y que está fechada en Mayo de 1956. Vamos a recodar juntos un año de nuestras vidas. Juan, tú tenías 28 años y yo 6.
Juan Aparicio y su novia María Cano con unos amigos.
Recuerdo que éramos vecinos de la calle Ramón Franco, vivías justo enfrente de mi casa. Mis padres en la planta baja de la casa tenían una tienda “La tienda de Benito".
Vecino Juan, con ese aire de intelectual que te daban las gafas, tienes la culpa de que conociera tu casa como si fuera la mía. Tenias la habilidad de ganarte a la chiquillería, por ejemplo, cuando en invierno, tenías que pasar las gavillas de sarmientos y ponerlos en el barandao, nos reclutabas bajo el posible pago de unas perras, a Tiburcio, Martín, su hermano Pascual y a mí. También recuerdo como te estirabas los dedos de la mano y producías un chasquido y a ese ruido le llamabas sacar novias. El siguiente paso era coger mi mano y decías “a ver cuántas novias tienes tú”.
Con los ojos de un niño de seis años, aquella tu casa me parecía un CASTILLO. Antes de entrar a ella, en la puerta, en vez de un llamador de hierro, teníais un timbre eléctrico, que como es natural, los críos del barrio tocábamos y salíamos corriendo a escondernos en el callejón de las Martinotas, para ver como se enfadaba tu madre, al abrir y no ver a nadie esperando.
La puerta de entrada a la casa era muy grande de madera clara y se dividía en dos puertas, aunque solo abrías la de la izquierda. Al entrar a la casa, había un pasillo muy ancho y alto, a la izquierda una habitación, donde solía estar tu hermana, la bella Marita, gran amiga de mi hermana Paquita. Desde allí pasabas a un comedor, con muchas puertas, a la derecha había una que nunca pasé. Una de ellas te llevaba a la cámara, otra al sótano, seguido estaba la cocina, que era espectacular, con una chimenea inmensa, con una chapa de hierro colgada en la pared que evitaba se quemara esta con la lumbre. Desde allí, tras una gran puerta de cristales se podía pasar a la terraza. Una terraza que daba al campo y desde ella se podía ver los huertos del pueblo, el palomar, la casa de la María Rosillo, el molino, incluso el tejar y el puente gordo. A la derecha estaba el barandao lleno de sarmientos, esos que te pasábamos los críos del barrio.
Varias veces subí a la cámara que era tan grande como la casa, toda llena de atrojes, estos llenos de grano, que daban a un pasillo central. Encima de la mies había unos cuantos melones de año, y colgados de los palos racimos de uva.
Lo que más me gustaba era bajar al sótano donde estaba el pajar y las cuadras, pero nunca me dejaron bajar solo. Aquello era otro mundo, las mulas y machos estaban siempre atados y colocados uno al lado del otro, comiendo, nunca me subiste en ellos vecino Juan. En la cuadra había una temperatura acogedora, y con el suelo siempre lleno de paja.
Se me olvidaba comentar que para entrar la paja se utilizaba una puerta muy pequeña, parecía una ventana, y desde la calle se podía ir llenando. Tu casa tenía truco, para pasar a las cuadras desde la casa tenias que bajar unas escaleras, sin embargo, desde la calle se pasaba andando directamente por un largo pasillo que te llevaba a ellas sin ningún escalón.
Diego, tu padre, era un hombre enjuto, muy serio, siempre vestido de negro, igual que tu madre, por cierto, Ana María tenía una gran amistad con mi madre, las dos siempre vestían, de oscuro (por culpa de los dichosos lutos). Aun recuerdo que de vez en cuando, tu madre, nos regalaba arrope. Lo llevaba en una sopera de cerámica, que tenia tapadera. El arrope era un verdadero manjar: dentro del arrope había unos trozos de fruta que estaban mejor que otros, y estaba prohibido buscarlos.
También hacían buena pareja Marita y mi hermana Paqui. Diego, tu hermano, lo veía poco por la casa, y Paco era amigo de mis hermanos Ismael y Esteban con los que se escapaba para jugar al fútbol.
Te acordarás que nuestra calle comenzaba con los números pares en la Placeta, con la casa de Acémila y terminaba con el número 36, donde estaba instalado el Café nuevo Ideal.
La primera casa de los números impares pertenecía a Sinforiano. Tu casa Juan, era la última, seguido de ella había una pared, que tapaba el ”cercao de las maestras”. Y al final de esta tapia había un gaterón por donde se tiraban las aguas sucias y salían las aguas en días de lluvia.
Para comentar las funciones y la vida de este cercao necesitaríamos un capítulo aparte, estaba en todo el centro del pueblo, en un carasol, se podía acceder a él desde el callejón de las Martinotas. Era muy normal que si pasabas a él, te pudieras encontrar a una o a varias personas aliviando sus vejigas e intestinos de las sobras, digo bien en plural, porque este menester tan necesario en nuestras vidas, algunas veces se ejercía en “Comunidad”, sobre todo la chiquillería, solo había que respetar una norma, guardar una distancia mínima entre ellos, se extendían los brazos y no podías tocar con tus manos a ningún compañero de faena. “Si te tocas te puede caer un rayo”. Cuando llegaba el verano, y soplaba el aire del sur, los que vivíamos en la otra parte de la tapia, padecíamos unos olores y aromas que no es necesario describir.
Fotografía del cercao, la casa de Juan y la tienda de Benito.
Por la mañanas temprano, Benito mi padre, o Martín mi hermano mayor, barrían la tienda. Para no producir polvo, tan perjudicial para los artículos que se vendían, este menester se hacía con una mezcla de serrín y agua, que se extendía en el suelo con la ayuda de una escoba, se restregaban y limpiaban los ladrillos, después se recogía este serrín en el recogedor y se tiraba por encima de la tapia al mencionado cercao, cumpliendo con ellos dos funciones. Aparte de tirar el serrín, espantabas a los posibles visitantes matutinos del cercao, que se tenían que “poner” un poco más lejos, y de esta forma se evitaba un poco la llegada de aromas.
Supongo que recuerdas al resto de vecinos de la calle, en las escaleras de Verdejo, vivía un hombre mayor que la chiquillería le llamábamos “Tomate frito”.
En la “tienda nueva” estaba instalado un bar donde vivía Blas González " mosca", casado con Manuela de los jaimes, tenían tres hijas, Mari Carmen, Marina y Manuela, la mayor un poco diablo.
Seguido de ellos vivía José El Zapatero, y su mujer Alfonsa, a José que era peluquero, ¿por qué le llamábamos el zapatero?, nunca lo supe, Sus dos hijas mayores María y Josefina se dedicaban a dar cursos de corte y confección, donde acudían bastantes mujeres para aprender. La tercera, Angelita, como era mucho más joven, jugaba con mis hermanos Ismael y Marí. También tenían un hermano que se llamaba Pepe.
La Clara de Mariborra ocupaba la siguiente casa, una mujer mayor, que siempre estaba sola, creo recordar que tenía un hijo que era ferroviario.
En la siguiente casa con tres alturas, vivía la Clara de cuchara, Clara Navalón Vergara, su marido José Verdejo, era una casa muy alegre, allí vivía mi amigo Martín y su hermano Pascual, junto con otras dos hermanas Josefina y Consuelo.
;Muchas tardes, Martín, Tiburcio y yo, acompañábamos a Pascual, e íbamos a un huerto con casuta y balsa que tenían muy cerca del charco. Pascual que era el mayor, quitaba el tapón de la botana y regaba el alfalfe, mientras nosotros jugábamos. Algunas veces visitábamos el huerto de Estacazos, abuelo de Tiburcio, para buscar paloduz, que se criaba cerca de la balsa. Casi nunca llegábamos tarde a la escuela, porque Pascual utilizaba la esquina de su casa como reloj de sol, cuando la sombra llegaba a cierto punto, era la hora de marchar al colegio.
Seguido de esta casa, hay un callejón, sin salida que llega hasta la cuesta del castillo, en él había dos casas, en la primera vivía Pascuala “Portilla” una mujer viuda, tenia 5 hijos ya mayores (Pedro, Fulgencia, Miguel, Elisa y Benita). En la otra casa, aquel año, vivía Alfonso Sáez casado con Herminia, con sus dos hijas Aurelia, que le gustaba jugar al marro y Adela que era muy pequeña y no le dejaban jugar. Esta casa tenia y aun tiene un balcón que daba a la calle, cámara y corrales . En la planta baja que se entraba por la calle, la ocupaban una familia que solo venían en verano, a pasar un mes.
Después estaba mi casa, vivía con mis padres Benito y Josefina, mis cinco hermanos y yo, en ella nacimos los dos últimos. Mi abuelo Martín vivía con nosotros, pero también con mis tías Quiteria y Antonia que vivían en Albacete.
Terminaba La calle con el café nuevo Ideal, ese año lo regentaba Antonio Villar y su mujer Ana María Tolsada, que tenían dos hijas Benita y Dolores.
En la otra acera, después de la carnicería de los Catalanes venía La tienda de Esteban Cano, vivía Esteban que era secretario, María Gómez Sáez su mujer y una señora que estaba muda, recuerdo que su mujer vendía unos caramelos sin liar con forma, sabor y color a naranjas y limones.
Continuaba con la fragua de Juanico el rano, seguido los Zornozas tenían otra fragua. La casa de Don Pascual, el médico, casado con Juanita, hacia esquina con el callejón de las Martinotas. Tenía una sala de espera la consulta que a los críos nos daba pánico, con un reloj de pie tan grande como un gigante. Decían que recetaba mas, comprar carne a los carniceros que potingues de la farmacia.
El callejón de las Martinotas, Otro día escribiremos sobre él.
Los carpinteros, primos tuyos ocupaban la siguiente casa Paco el carpintero y la Gloria de Cantos, con sus hijos Juanito, Miguel y Mariana. En la planta baja tenían el taller, una carpintería. Después venía tu casa, y con el cercao, terminaba nuestra calle.
Vecino Juan tengo que terminar el relato, hablándote de mi mejor amigo de aquellos años, pero, no vivía en nuestra calle. Su casa, hacía una cuña donde el chaflán era final de nuestra calle, en su pared izquierda comenzaba la calle Estación, y la pared derecha daba comienzo a la calle Santa Quiteria. En esa casa tenían una tienda Laureano Cano y la Nieves de Cantos, y en esa casa, junto con su hermano Miguel-Ángel vivía mi amigo Tiburcio.
Vecino Juan, el día 24 es tu santo, felicidades y hasta siempre.
Antonio Mínguez Carrión (12 de junio 2013)
Para recordar algunos nombres me ayudaron Martín Mínguez, Paquita Mínguez y Benita Tolsada.
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