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    Alfarería.

El alfar perdido.

(Trabajo de Fina González y Antonio Sáez. Publicado el año 1994.)

Las primeras noticias escritas de la alfarería higueruelana nos vienen del político y escritor Pascual Madoz, que a mediados del siglo pasado, en Diccionario Geográfico ...." sitúa en Higueruela, 'ocho alfarerías de vidriado basto y rojo'.

En 1991, el grupo investigador "Adobe", edita un libro en el que se recoge el fruto de su trabajo en equipo, tras recorrer todo la provincia en busca de los alfares perdidos.

Estos viajeros se detienen en nuestro pueblo, donde toman nota detallada de los últimos años y la agonía de esta bonita industria artesana.  Nos cuentan que, a finales del siglo XIX, en el vecino pueblo de Alatoz, y debido a la extinción de su alfarería, el higueruelano Antonio González Gómez se traslada con su mujer a aquella villa para continuar con el inmemorial oficio, llegando a tomar gran fama los cacharros elaborados por este hombre de Higueruela.

El último alfarero del pueblo, que todavía muchos recordamos, fue Juan Miguel González "Prim". Antes, a finales de los cuarenta, había abandonado Alonso González, "El Español", siguiendo a otros como Perico Señor".

María y Amelia, hijas respectivamente de Juan Miguel y Alonso, cuentan todo lo que recuerdan (que no es poco) al equipo investigador: la materia prima la extraían indistintamente de la Fuente del Rincón o del camino del cementerio, y a lomos de caballerías era remontada y trasladada en "sarrietas" al barrio alfarero. La picaban con azadones y después pasaba a una pila, donde era concienzudamente "choqueada" con tablas.

El pino y el romero eran el principal combustible del horno, para la buena cocción del preciado material que de él salía.

A este respecto, había un supersticioso dicho: cuando la hornada estaba cociendo, ninguna mujer podía visitarlo porque eso daba "mal de ojo" y dicha hornada quedaba mal cocida.

Casi la totalidad de la producción era vidriada, con excepción del cántaro corriente que solamente lo era por la parte superior de las asas. Algún puchero también se barnizaba por el interior, boca y asas.

La decoración era variada e iba desde los "engobes" circulares, realizados con gredas blancas, de líneas irregulares, hasta el dibujo efectuado con plantillas, que se realizaba siempre por encargo y consistía en una labor finísima. Aquí las mujeres realizaban un trabajo de inigualable delicadeza poniendo los "ramos".

La comercialización se llevaba a cabo por los propios alfareros, aprovechando el motivo ferial de vecinos pueblos, donde solían vender: Casa Ibáñez, Alpera, Ayora, Sisante, etc. De manera fija, los alfareros higueruelanos se recorrieron estos lugares mostrando orgullosamente su artesanía.

Se nos dice también que es este centro alfarero, el más celoso que hubo en la fabricación de sus piezas. Con gran orgullo artesanal, despreciaron la ejecución de la teja en sus talleres.

Nuestros artesanos moldearon toda clase de cacharrería, pero fue en los pucheros donde más destacaron y así queda recogido en los cantos populares.
 

 


   
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