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ALFAREROS. 

Trabajo de Francisco Tomás y José Colmenero, publicado el año 1984.

La tierra los pucheros es Higueruela..." dice una de las letras mas antiguas de nuestras "manchegas" porque verdaderamente Higueruela ha sido tierra de alfareros desde los tiempos mas remotos. Esta tradición pensamos que tristemente se ha cortado hace unos treinta años cuando Juan Miguel "el de Prim" abandonó este arte y oficio, tan viejo como el hombre.

Stizerola" queriendo rendir un sencillo homenaje a estos artesanos, ha visitado el barrio de las Alfarerías, donde vive Luquillas "el Español" el mayor de los descendientes de alfareros que trabajó en el oficio.

Nos cuenta que hace muchísimos años, éste era el medio de vida de diez o doce familias, pero posteriormente solo quedaron el tío Prim y el tío Español, su abuelo, que enseñaron el oficio a sus hijos Juan Miguel y Alonso. También en esa época empezó a trabajar Perico Señor, vecino de los anteriores.

Tampoco quedan muchos restos de su producción, ni de sus útiles de trabajo, pues los hornos están hundidos, un molino de "alcohol" está completamente destrozado y poco mas se encuentra por el barrio. Si están mejor conservados algunos pucheros, lebrillos y orzas que guardan sus descendientes con gran cariño.

El barro solían traerlo de las fuentes del Rincón o del Cuerno, y el agua de la fuente Casa, cargada en caballerías o en carros. Para prepararlo lo primero que se hacía era ponerlo a secar, luego picarlo y se echaba en una pila redonda con agua, donde se batía bien. En esa pila quedaban las impurezas y restos más sólidos y la parte más pura de la arcilla pasaba a otra pila, cuadrada donde permanecía unos días. Después lo sacaban y almacenaban en una cueva donde el grado de humedad era suficiente para mantenerlo tierno. Cuando iban a usarlo lo trabajaban un poco y quedaba listo para comenzar a fabricar cacharros.

El alfarero se sentaba junto al torno (un eje vertical con sendas plataformas la inferior para moverlo con el pié y la superior donde se colocaba el barro) teniendo a su alcance la arcilla y algo de agua para suavizarla mientras la va moldeando con sus manos al tiempo que gira el torno. El barniz utilizado (que los alfareros denominaban "alcohol") son unas rocas negras que había que moler en unos molinos de los que disponían al efecto. Convertido en polvo, se mezclaba con agua y quedaba listo para barnizar. En los últimos años lo traían ya molido de Chinchilla y a veces de Linares (Jaén). Para conseguir diferentes tonos de color, lo "repasaban con barro mas claro u oscuro y para hacer dibujos o inscripciones usaban un papel especial o badana fina, en la que dibujaban el motivo, después presionaban esta contra el barro con ayuda de greda blanca líquida y quedaba grabado, dándole posteriormente barniz para confirmarlo.

Antes de cocerlos los dejaban secar al sol procurando que no fuese muy fuerte para evitar agrietar la arcilla.

En la parte baja del horno se echaba la leña. Se comunicaba con una segunda "planta" por unos agujeros por los que subía el calor hasta los objetos dispuestos a cocer. Estos tenían también su técnica de colocación, abajo los mayores, sobre unos "rulos" también de barro cocido para evitar que se tocasen, encima, a modo de tronco de cono, los más pequeños.

Una vez lleno el horno, se procedía a "encascar" o tapar la chimenea del horno con cascos sin que quedara ningún hueco. Durante seis u ocho horas se le metía leña y un par de días después comenzaban a quitar los cascos y sacar los cacharros poco a poco.

Cántaros, pucheros, orzas, cazuelas, lebrillos y botijos eran cargados en el carro y llevados a vender a Ayora, Casas Ibáñez, Zarra, Jarafuel, Almansa e incluso La Roda. El viaje duraba cuatro o cinco días, comiendo y durmiendo en el carro, o circunstancialmente en casa de algún amigo de viajes anteriores.


   
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