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Leyenda de Santa Quiteria.


1 parte.

Durante el siglo III de la Era Cristiana, reinaba en Portugal, en nombre del Emperador de Roma, Castelli, que tenía por esposa la mujer más hermosa de Portugal y se llamaba Calsia teniendo que ser madre muy pronto.

Catelli tuvo que ir a la guerra y al abrazarla despidiéndose le dijo: "Cuando vuelva querida, estaré muy satisfecho al ver juguetear en tu regazo a un rollizo niño o a una hermosa niña como su madre".

Calsia, cayendosele las lágrimas lo estrecha entre sus brazos y le dice: "Los dioses te escuchen, esposo y señor mío" El rey esperanzado se alejó cabalgando en brioso caballo, perdiéndose en la lejanía.

Al día siguiente estaba paseando la reina por el jardín de palacio, cuando se le acerca una pobre mujer con tres niños anémicos y alargando la mano le dice: -Una caridad, señora, para una infeliz madre que tiene que alimentar a tres hijos nacidos de un solo parto.

-!Que asco! - dijo Calsia apartándose con menosprecio de la pobre madre. Esta se levantó ofendida y con voz llena de indignación le dijo: - Reina Calsia, mi desgracia no os da derecho a insultarme. Si queréis, socorredme, y si no, nos os burléis de mí, ya que a la hora del parto no hay distinción entre la reina más poderosa o la más humilde de las vasallas y mi maternidad puede ser la vuestra aun doblada o triplicada.

-Sacad de aquí a esa insolente, - gritó la reina - y castigarla como se merece.

La guardia de palacio la golpeó brutalmente, pero ella epetía:"Reina Calsia, orgullosa, te acordarás de este día. Nunca lo olvidarás, puesto que te sucederán grandes males."

La reina, rabiando de ira, entró en palacio. A la mañana siguiente la pobre mendiga y sus hijos aparecieron muertos de frío y hambre al portal del palacio, y sus cuerpos fueron tirados al estercolero.

Tres días después de estos hechos, la reina daba a luz en aquellos momentos. Solo quiso tener a su lado a una vieja comadrona cristiana, llamada Sila.

El parto fue difícil y trabajoso, dando a luz, nueve hijas, cosa nunca ocurrida. La reina, humillada, llena de vergüenza y pena, exclamó:"La maldición de la mendiga se ha cumplido" - dirigiéndose a Sila le dijo: "Recoge a las niñas y tíralas al río Ullia, puesto que si llegara a enterarse el rey, se creería que soy una mujer perdida y me mataría; diremos que ha nacido un niño muerto. Sacadme estas criaturas de aquí que me dan horror y vergüenza".

Sila recogió las niñas en un capazo, encaminándose al río.

¿Ya tiene heredero Portugal? - preguntaban los cortesanos.

No -respondió la comadrona - ha nacido un niño, pero desgraciadamente muerto. Yo voy ahora a enterrarlo". Por suerte las niñas no lloraron ni gimieron, pudiendo de esta manera ocultar los hechos.

2 parte.

Cinco años después. Castelli había vuelto victorioso de la guerra. Un día se paseaba por la orilla del río Ullia, donde había unos barrios pobres, casi miserables, habitados por gentes a quienes repudiaban todos: Los cristianos, pueblo menospreciado por los otros habitantes, por el único delito de adorar a un único y verdadero Dios de cielos y tierra.

Eran impunemente atropellados y perseguidos por la mayoría pagana.

El rey estaba triste y amargado porque su único hijo y sucesor había venido a este mundo para seguidamente abandonarlo. Su palacio era un hogar frío y muerto, faltaban los saltos, risas y alegrías de un niño de cabellos rubios.

Paseando, pensaba: "La reina y yo moriremos sin dejar heredero al trono de Portugal". Al tiempo que recaía con estos tristes pensamientos, iba recorriendo de incógnito la ciudad. Aquel día se encaminó al río, cuando oyó unas voces infantiles que cantaban. Girándose pudo ver cerca de la orilla del rió a nueve hermosas niñas cogidas de la mano, bailando alegremente y cantando haciendo corro.

El rey estaba admirado con aquella visión. Miró atentamente a las niñas y le pareció que eran de la misma edad de su hijo muerto, estando él en la guerra. Observó que tenían igual edad y aspecto, hermosas como serafines, cabellos rubios y ojos azules. Estaba absorto con aquella escena de ilusión, cuando de una casa cercana de pobre aspecto salió una viejecita, que llamó a las niñas, las cuales haciendo grupo se le acercaron corriendo.

Maravillado el rey se acerca a la viejecita y le pregunta: "¿Son hijas suyas estas niñas?"

La viejecita fijo su mirada en el rey y le respondió sin inmutarse:"También podrían ser suyas, rey Castelli".

--"Sabes, cristiana, que nunca se han burlado de mi sin ser castigados" - respondió el rey enojado.

--No era mi intención burlarme de vos, mi rey y señor, pero de verdad os lo digo que estas niñas son más hijas vuestras que mías; cierto que si viven es gracias a mi. Entrad en mi pobre choza y la vieja Sila os contará una historia que os parecerá increíble, pero que vuestra esposa, la reina Calsia, a la que asistí en su parto no podrá negar en mi presencia.

Entró el rey en la choza de Sila, quien le contó con todo detalle el parto de Calsia, añadiendo que en lugar de ahogar a las criaturas, como había ordenado su madre, las había acogido en su casa buscando nueve amas de cría, que dando su leche, alimentaron a las niñas, que, "como habéis visto, están vivas y hermosas".

Entonces el rey rogó a Sila que llamara a las niñas. Las miró atentamente. Convenciéndose que sus rostros eran el retrato de la reina Calsia, la dama mas bella de Portugal.

Las lágrimas invadieron sus ojos y abrazando a las criaturas, exclamaba:"¡Hijas mías! Hijas de mi corazón. Jamás, cristiana, podré pagarte lo que has hecho -dijo a Sila - pero quiero que me ayudes a terminar tu obra. Dentro de tres días te presentarás en palacio, acompañada de las nueve amas que alimentaron a mis hijas. Las vestirás igual a todas: con túnicas blancas y lazos de color rosa. Así ataviadas las pasearás por la mañana. Antes ya habré hecho pregonar por las calles de la ciudad que ese día se elegirá la futura reina de Portugal".

El rey entregó a la viejecita una gran cantidad de dinero para adquirir los vestidos de las niñas y para repartir el resto entre las matronas que habían alimentado a las niñas.

Rey Catelli - dijo Sila - por caridad salvamos a vuestras hijas. Aceptamos esta limosna que será repartida entre los pobres, ya que los cristianos no aceptamos más paga por nuestras buenas obras que la de Dios.".

El rey abraza y besa nuevamente a sus hijas profundamente emocionado.

3 parte.

Tres días después, la corte de Portugal ofrecía un espectáculo jamás visto. Los pregoneros habían anunciado por toda la ciudad la gran novedad: Mañana se elegirá la nueva heredera del reino. Esto despertó a la ciudad muy temprano, llenándose todas las calles que desembocaban a la plaza del palacio. De pronto aparecieron las nueve amas, rodeadas por los guardias del rey, vestidas con ásperas túnicas de lana llevando en sus brazos una niña cada una y junto a ellas la vieja Sila. Eran nueve ángeles con vestidos blancos, con lazos y zapatos de color rosa y sus cabelleras rizadas y rubias como el oro, ceñidas con lazos de color rosa.

"Son las cristianas del río - decían las mujeres -. Van con la comadrona Sila, que nos asiste en los partos".

Y Acercándose a la viejecita le preguntaban: ¿Que lleváis, Sila? ¿Quienes son estas mujeres y estas niñas tan hermosas, que parecen hijas de los dioses? ¿Porque se parecen tanto?".

 "Todas son hermanas -respondía Sila;- y el rey, nuestro amo, quiere adoptar una, la que escoja la reina. Es bien cierto que una de estas niñas será la futura reina de Portugal".

Las mujeres, celosas, murmuraban mientras los hombres reían: "Es triste que el rey Castelli escoja para reina nuestra una niña cristiana, hija de esta raza maldita, de este pueblo que escondiendose en las entrañas de la tierra ofrece sacrificios, en los cuales comen y beben carne y sangre humana. Era el concepto que tenían los paganos de nuestra Sagrada Eucaristía.

Las amas y Sila entraron en palacio. El rey Catelli, sentado en su trono con la reina Casia a su lado, rodeado de nobles y cortesanos, esperaba la llegada de las niñas.

-"Cerca del río Ullia, reina y señora -decía el rey - vi bailar en corro a nueve niñas de una belleza de ensueño, pareciendo todas gemelas, todas parecían hermanas".

-¿Que decís, rey Castelli? -pregunta Calsia - ¿Creéis posible un parto de nueve niñas? ¿Quien ha visto o soñado cosa igual? -preguntó Calsia asustada".

Un trágico presentimiento sintió en su corazón: "Sila no ahogó a las niñas; mis hijas viven, ahora las veré y aquella mendiga que murió en el portal será vengada".

- "No lo dudéis, reina Calsia, - dijo Castelli; son nueve niñas hermosísimas, tanto o más hermosas que Vos, y, puesto que no tenemos heredero. Vos escogeréis entre ellas la que será reina de Portugal."

Aparecieron en el salón las nueve amas y enseñaron a la reina a las hermosas niñas.

- "Ahora , pues, reina Calsia, probad a distinguirlas, puesto que a mí me ha sido imposible. Después podréis escoger la que mas os plazca para ser reina de Portugal e hija nuestra."

La reina, blanca como la cera, miraba a las niñas.Las niñas se cogieron de las manos, tal como sus madres adoptivas les habían indicado, y empezaron a bailar, mostrando su hermosura y sus pies calzados con zapatillas color rosa.Se adelantó Sila y dirigiéndose a Calsia le dijo:

-"Entre estas niñas gemelas escoged vuestra hija, que será heredera de Portugal".

-"¿Que escoja mi hija? - gritó la reina, llena de rabia-. Bien sabes tú, cristiana traidora, que no escogeré ninguna. Bastante sabes tú, que todas son hijas mías y se ha cumplido el maleficio que aquella pobre dijo: si, la que hice azotar en la puerta del palacio".

La reina dio un grito desgarrador, cayendo desmayada, rodando por las escaleras del trono. El rey y las damas la levantaron, pero la reina Calsia había muerto.

4 parte.

Quince años más tarde la fama de la belleza de las princesas de Portugal había traspasado las fronteras. El rey Castelli estaba orgulloso de sus hijas, puesto que no pasaba día que no llegara algún embajador pidiendo la mano de alguna de ellas.

-¿Cual queréis? preguntaba el rey.

-No lo sabemos; una de vuestras princesas, la que os plazca, ya que todas son iguales en virtud, nobleza y belleza y nuestro rey se sentirá complacido de la que vos mismo escojáis.

- Es que no se cual elegiros, -decía Castelli;- lo que si es verdad es que todas son hijas mías, pero jamás me ha sido posible escoger una entre las demás.

Era bien cierto. Las nueve niñas se habían convertido en nueve hermosas doncellas, y por capricho habían conservado su vestido de la infancia: túnicas blancas, lazos color rosa ciñendo sus cabellos de oro y zapatos del mismo color.

Un día el rey Castelli llamó a sus hijas y les dijo solemnemente:"Ha llegado la hora de hablar de vuestro porvenir. Nueve reyes han pedido vuestras manos; nueve tronos esperan a sus soberanas. Genoveva, serás reina de Lusitania. Gemma, nombrada por tu belleza, el rey de Galicia te ofrece su corona. A tí, Victoria, el rey del centro de la Iberia te llama a su lado. Tú, Germana, reinarás en Cartago la Nueva. A tí, Marcia, te pretende el rey de la ciudad de Toledo. Eumelia, te escojo para reina de los estados de África, al otro lado de los mares. A tí, Basilia, el rey de las tierras cantábricas te ofrece su corona. A tí, Vilgefortis; llamada también Liberada, la tierra plana de Sigüenza, donde reinarás al casarte con su hermoso príncipe. Quiteria, para tí será Gascuña y Cataluña, donde te proclamarán reina, ya que un ardiente rey me ha pedido tu mano. Preparaos, pues, hijas mías, a ser reinas muy pronto.

Las nueve hermanas quedaron sorprendidas al oír las palabras de su padre, tan diferentes con sus pensamientos. Todas habían sido bautizadas y con la leche de sus amas habían mamado la luz de la fe cristiana. Sila, mientras vivió, las visitaba en palacio, y ellas, a escondidas de su padre, frecuentaban las catacumbas, donde recibían los santos sacramentos. El rey lo sabia, pero dejaba que practicaran tranquilamente sus creencias. Pero Castelli ignoraba que todas sus hijas habían hecho votos de castidad jurando antes morir que romper la promesa hecha. Así, cuando se enteraron de la decisión de su padre, Genoveva cogió y dijo: "Padre y señor, aunque os enojéis, hemos de deciros que tanto mis hermanas como yo antes moriremos que aceptar esposo alguno, ya que somos vírgenes cristianas y hemos hecho promesa formal de castidad".

-¿Es verdad lo que dice esta ilusa? - pregunta Castelli a las restantes hermanas.

-No lo dudéis nunca, padre -respondió Quiteria- Somos esposas de Jesucristo y antes moriremos que faltar a nuestra palabra.

El padre, furioso, respondió: "Dentro de ocho días los nueve reyes vendrán y seréis sus esposas. Así lo he dispuesto y así será y si me desobedecéis yo mismo os quitaré la vida.
Salió de la sala dejando a sus hijas atemorizadas, pero firmes y decididas a no claudicar jamás en contra de sus votos.
     -¿Que haremos? -Pregunta Basilisa.
     -Huir - dijo Gemma - con tal que nuestro padre no nos mate.
     -No me da miedo morir -contesta Liberada.
     -Hemos de ahorar este pecado a nuestro padre- dijo Marcia.
     -Moriremos mártires en otra tierra -dijo Victoria.
     -En cualquier otra tierra -repitió Genoveva.
     -Si Dios lo ha dispuesto así -añade Quiteria- nadie nos librará; con todo creo mas prudente huir.

Dicho y hecho, aprovechando la oscuridad de la noche, abandonaron el palacio y después de abrazarse tiernamente se separaron par ir en distintas direcciones.

Gemma se dirigió a Galicia, donde la traicionó su belleza y fue muerta, ya que había rehusado al rey; fue cocida en las brasas. Liberada murió en Sigüenza, clavada en la cruz, como Jesucristo. Macia fue víctima de un toro en el anfiteatro de la ciudad de Toledo. El resto de las hermanas regaron con su sangre otras tierras de la Iberia, excepto Quiteria que huyó a Cataluña.

Cuando Castelli se da cuenta de que sus hijas han huido, se pone furioso, dando gritos a sus criados y especialmente a los jinetes y cazadores.

¿Vamos de cacería majestad? Preguntaban los jinetes mientras los perros les rodeaban con persistentes ladridos.

- Buena cacería tendremos - respondía el rey - Es necesario coger nueve doncellas y esta cacería es sin tregua, y como rey me reservo el derecho de escoger la víctima .Y ciñéndose espada y puñal, cabalga en su caballo al frente del grupo. El grupo seguido de los perros, emprende la cacería con gritos y ladridos, corriendo, corriendo sin parar.

Días y más días dura la cacería, pero sin ningún resultado, Castelli estaba furioso, Atravesaba tierras y más tierras sin ningún reposo, recorriendo campos y dejando atrás a sus compañeros perdidos en aquellas tierras extrañas y desconocidas. De pronto le pareció ver entre unos árboles un vestido blanco, un lazo de color rosa sobre una cabellera dorada y unas zapatillas de color rosa que hollaban la hierba.

-Es ella gritaba Castelli, lleno de un feroz gozo, -tu la pagarás por todas. Y galopando intenta coger a la doncella que se movía entre la maleza, Castelli desmonta ciego de odio. Estaba solo, únicamente le acompañaban dos perros.

- Allí, perros, allí -gritaba dirigiéndose hacia su hija este padre sin corazón.

- No me matéis, padre mío, - gritaba aquella pobre criatura cuando se vio rodeada por los perros - Dios os castigará.

Pero el padre, enfurecido, no halla piedad para su hija. Los perros hacen presa en ella, desgarrando sus tiernas carnes, y su padre la llena de puñaladas y, no satisfecho todavía, le corta la cabeza con su espada.

Pero Dios obra un milagro .Aquel cuerpo casi deshecho de la doncella mártir, se levanta cogiendo entre sus manos su hermosa cabeza, andando de esta manera un trozo, seguida de su padre horrorizado y de los perros.

La virgen mártir se desploma y allí mismo brota una hermosa fuente. al ver el agua, los perros se tiran encima de Castelli, destrozándolo, mientras ladran terrorificamente, y el rey, gritando como una fiera, los ahoga con sus propias manos. Poco después, alrededor del cuerpo de la mártir Santa Quiteria, se encuentran los cadáveres del rey y de los perros ahogados. Los cristianos recogen el cuerpo de la Santa y lo entierran piadosamente.

   
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