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HISTORIAS DE HIGUERUELA.

(Agustín García Blázquez)

En una de mis visitas a Higueruela y en la ofrenda de flores a Santa Quiteria me invitaron a tomar el micrófono y saludar a los higuerolanos.

Entre otras muchas frases dije:

"yo, sin haber nacido aquí, posiblemente sea el higuerolano que más quiere a Higueruela"

Esta frase responde a un sentimiento, un sentimiento formado en los años de la niñez entre octubre de 1947 y junio de 1950, periodo corto de tiempo pero trascendental en mi vida, ya que me marcaría para siempre y aunque de forma un tanto egoísta me sienta un higuerolano más. Yo pienso que los jóvenes pueden reprocharme estos argumentos; pero estoy convencido de que los mayores de 64 años estarán conmigo y apoyarán lo que digo.

Llegué a Higueruela, acompañado de mi madre, el día 13 de Octubre del año 1947, al bajar de la Camioneta, preguntamos que donde vivía el cura, y Raúl Arnedo el hijo mayor del Maestro de Música, que por cierto llevaba una lechera en la mano nos acompañó a casa de mi tío (ya sabéis que soy el sobrino del cura). Al día siguiente y después de comer mi tío me llevó a la sacristía donde daba las clases, recuerdo los nombres de todos los alumnos de aquel día pero en especial a Domingo Marín Almendros que estaba haciendo una división por dos cifras y la tenía mal.

Cuando terminaron las clases, mi tío se dirigió a Juan Belmar, uno de sus alumnos preferidos y le dijo: anda Juan llévate a este que vaya conociendo el pueblo, por tanto considero a Juan como mi primer amigo conocido. Al siguiente día y para ahorrar todo lo que se podía mi tío pidió a Belmar padre los libros de texto que habían servido a su hijo Pepe y con ellos estudié el primer curso de Bachiller, por cierto yo llevaba una descalabradura en la frente y al verme Belmar padre, le dijo a mi tío, Don Juan ¿es que ha marcado ud. a su sobrino para que no se le pierda?.

Empecé a estudiar con mis compañeros de curso José Díaz Tárraga y Eugenio Carracedo del Rey, si estudiaba pero todavía estaba en bruto y era poco el rendimiento que daba, y eso me acarreaba que mi tío me diera más palos que a un burro viejo, un día al pegarme con el palo de una escoba rompió la lámpara de la sacristía, para qué contar lo que vino después. Estar separado de mi madre, recibiendo palos de mi tío y el rechazo de algunos niños por ser forastero hicieron que yo me endureciera y cometiera diablura tras diablura y me creara una fama de travieso que la tengo merecida.

Las travesuras algunas fueron de coco y huevo, voy a contar la peor: un día saliendo de casa de Eugenio quise mear a Pepe Díaz con tan mala fortuna que bajo las escaleras salía la mujer de Tano con una sartén de los mataeros llena de aceite, del año 1948, iba a hacer el fritorio, ella sospechó algo pero no lo supo cierto hasta que la puso al fuego y empezó a chirlear el aceite, por la tarde y cuando iba a recoger a Eugenio me cogió Tano por su cuenta y me dio el susto mayor de mi vida, sin llegar a pegarme cosa que tenía bien merecida.
Agustín García Blázquez.

2003/00165

   
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