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HIGUERUELA 1954-1959.
CINCO AÑOS DE MI INFANCIA
O
LA VIDA EN UN PEQUEÑO PUEBLO RURAL.

(Cosme Colmenero López)

OCTAVA PARTE:

LA GUARDIA CIVIL. EL CUARTEL Y EL CUARTEL VIEJO.
COMUNICACION: EL COCHE DE MIRA. FERMIN. EL INDICADOR. EL MOSAICO DE NITRATO DE CHILE. EL CARTERO. RECOGIDA DEL CORREO EN LA ESTACIÓN. EL TELÉFONO. EL ORDINARIO. LA PREGONERA.

 

LA GUARDIA CIVIL.LOS GUARDAS RURALES. EL CUARTEL Y EL CUARTEL VIEJO.

Higueruela tenía ya por entonces un puesto de la guardia civil, en el que había un Cabo y otros siete guardias, que se encargaban de mantener el orden en el pueblo y en los campos, por donde patrullaban, en parejas, montados en bicicleta.

El cabo se llamaba Juan, y recuerdo que uno de los guardias se llamaba Lorenzo y otro Matías. Dependían de Chinchilla, desde donde venía de vez en cuando el Teniente, con su asistente, a inspeccionar el puesto.

Los guardias civiles vivían en la casa cuartel, recién construida, en lo que entonces eran las afueras del pueblo, debajo de los Chorros; hasta entonces, habían vivido en el cuartel viejo, frente a la casa de Hortensia Marín y a la fuente del estanco. Una vez abandonado como tal, los bajos se ocuparon por las escuelas de niños, y la planta alta se dedicó a viviendas.


(El cuartel viejo y al lado, las portadas de lo que era el almacén de Blas Sorel, en la actualidad).


El cuartel

También había dos guardas rurales, dependientes de la Hermandad de Labradores   y Ganaderos, que, con su traje de pana, una gorra de plato, y una carabina al hombro, vigilaban los campos. Uno de ellos era Juan Abietar, hermano de la pregonera.

1956


A la derecha, junto a “Pascualete”, alcalde en funciones, está Juan, el cabo de la Guardia Civil.

COMUNICACIONES: EL COCHE DE MIRA. EL INDICADOR. FERMIN. EL CARTERO.RECOGIDA DEL CORREO EN LA ESTACIÓN. EL TELÉFONO. EL ORDINARIO. LA PREGONERA.

Las gentes de Higueruela  nos comunicábamos con el exterior por varios medios: todos los días, excepto los domingos, pasaba un autobús que hacía la ruta de Almansa  a Albacete; como era de la empresa Heliodoro Mira, le llamábamos el coche de Mira; pasaba por la mañana, a las nueve, con dirección a Albacete, y por la tarde, a las seis y media, con dirección a Almansa.

Como  había muy pocos coches particulares, el único medio de ir a la capital era éste, a no ser que nos desplazáramos a la estación de ferrocarril, que estaba en Bete, a coger el tren. Pero hasta Bete no había transporte público, por lo que era muy poco frecuente usar el tren para desplazarse.


El trayecto de Higueruela a Albacete, con paradas fijas en La Hoya y Chinchilla, y algunas otras si lo pedían los viajeros (Oncebreros, Peñacarcel, Estación de Chinchilla), duraba hora y media.

El coche, pintado todo de verde, al principio era de aquellos con el motor fuera de la cabina, formando un gran morro en la parte delantera; después, cuando se cambió por uno “chato”, fue una gran novedad. Llevaba baca, para las maletas, y si había muchos viajeros, aun recuerdo cuando algunos se subían a la baca y hacían así el viaje; pero aquello fue terminantemente prohibido, y en aquellos años dejó de practicarse.

Durante muchos años, el conductor era Ovidio, y el cobrador, Ramón.


La chica de la derecha es hija de Ovidio (1964?)

Había un hombre, Fermín, el marido de Paulina, que era una especie de ayudante del cobrador, pues cuando llegaba el coche y el cobrador subía a la baca para bajar las maletas, este se subía a mitad de la escalera para cogerlos y dárselos a los propietarios. Si alguien quería enviar un paquete u otro encargo a Albacete, el cobrador se prestaba a ello cobrándole un duro; y para no tener que bajar a la parada por la mañana a dar el encargo, se le podía dar la tarde anterior a Fermín, que se lo transmitía a Ramón.

La parada del coche estaba en la confluencia de la carretera de La Hoya con la de Alpera, junto al almacén de Blas Abellán y lo que hoy es la oficina de la Caja de ahorros  y era conocido por todos como “dónde para el coche”. En aquel cruce, pues también confluía allí la carretera del Pozo, delante de la fachada de la casa de Juan Perolete estaba “el indicador”, una especie de estructura de hierro, de  unos tres metros de altura, y en la parte superior unas placas de hojalata, con los nombres de los pueblos a los que iban las carreteras. (Detrás del indicador estaba el cartel de Nitrato de Chile).

La llegada del coche por la tarde, era un espectáculo, y acudíamos los chiquillos y muchos hombres desocupados a ver quién venía de viaje. Y los días de la feria de Albacete, el coche retrasaba su salida hasta que acababa la corrida de toros, y cuando llegaba a Higueruela ya era de noche, venía con los faros encendidos y los chiquillos nos poníamos delante dando saltos y abriendo los brazos, para que nuestra sombra se reflejase en la pared de la panadería de Benito  y gritando “cine, cine, que me encandilo”.


En esta foto, en la que aparece en primer plano, a la izquierda, la casa de la familia de Aurelio, y más arriba, con dos miradores, la de Juan Ramón, se puede ver, a la derecha, encima del quiosco de Sisena, parte de dos de las placas del indicador.

La comunicación por carta se hacía por medio del servicio de correos, que tenía en el pueblo dos empleados: uno era Porfirio, el cartero, que clasificaba y repartía la correspondencia cada día, recibiendo  casi siempre, una propina del destinatario de dos o tres perras gordas. Porfirio iba con un uniforme gris, también con gorra de plato que sólo se ponía las Fiestas, y llevaba las cartas en una gran cartera de cuero marrón al hombro

La correspondencia llegaba a Higueruela en tren, por lo que había que salir a la estación de El Villar cada mañana a recogerla y cada tarde a llevarla; de esta tarea se encargaba ”el peatón”, Miguel Cantos, que usaba un carro para desplazarse.

Algunas personas que vivían fuera del pueblo enviaban dinero a sus padres por medio de giros postales, también a través del cartero.

Había un personaje, el Ordinario, que se encargaba de recoger los encargos de mercancías de las tiendas, y traerlos de Albacete y repartírselos. Recuerdo a  Rogelio el de El Montonero, con un camioncillo que apenas podía subir las cuestas del pueblo, haciendo esta tarea.

Las comunicaciones y avisos dentro del pueblo se hacían por medio del pregonero, que durante muchos años fue una  mujer,  Ángela,  hermana  de  Juan Abietar. Y cuando ésta  lo dejó, pasó a desempeñar esta función Francisco el Sacristán.

El pregonero iba con su pita, una especie de cornetín de latón dorado, que recorría las calles del pueblo, parando en unas esquinas estratégicas, siempre las mismas, en las que daba el bando; si el bando era encargo de un particular, el pregonero lo anunciaba dando un pitido antes  de vocear lo qu e quería comunicar (p.ej.: “se vende pescado fresco en la posada”); si el bando era del sindicato, se daban dos pitadas, y si era del Ayuntamiento, tres.

Cuando lo que se quería comunicar era una misa de difuntos, había una mujer, Isabel de Alejo, a la que la familia se lo encargaba; esta mujer no voceaba en las esquinas, sino que iba de casa en casa, recordando que mañana dicen la misa de  fulano”.

Cuando yo llegué a Higueruela, no había teléfono; pero dentro del periodo que recordamos, se instaló. Durante varios meses, una cuadrilla de trabajadores, que se hospedaban en la posada, instalaron la línea, montando los postes y poniendo los cables, también instalaron la central, en la casa de José Cano, donde su mujer, Virginia, y de sus   cinco hijas (Isabel, Virginia, Elia, Paquita y Valoisa, casada con Cosme, hijo de mi tío Gregorio) las que estaban solteras por entonces, se encargaban de atenderla.


Varias de las hijas de José Cano, en la corrida de toros de 1955.

En  un  primer  momento  se  instalaron  muy  pocos  teléfonos  particulares,  unos  veinte,  creo recordar; además de los del Ayuntamiento y el cuartel de la guardia civil, se puso uno en la posada, otro en el casino de Antonio Ibáñez, y pocos más.

Para comunicarse por teléfono, había que llamar a la central, lo que se hacía girando una manivela que tenía el aparato, y se pedía la conferencia que, por lo general, tardaba horas en llegar; si no se  llamaba desde un teléfono particular, había que ir a la central, pedir allí la conferencia, y esperar que llegara.

Si alguien quería llamar a una persona de Higueruela que no tuviese teléfono en su casa, ponía un aviso de conferencia, de manera que desde la central se lo llevaban a su casa, y el interesado debía acudir a la hora indicada, sabiendo que era muy probable que la comunicación se retrasara bastante.


Por medio del teléfono se podían poner y recibir telegramas.

   
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