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HIGUERUELA 1954-1959.
CINCO AÑOS DE MI INFANCIA
O
LA VIDA EN UN PEQUEÑO PUEBLO RURAL.

(Cosme Colmenero López)

CUARTA PARTE:

LAS ESCUELAS. LOS MAESTROS.

Los chiquillos íbamos a la escuela desde los cuatro  años hasta los doce o trece, aunque era frecuente que algunos la dejasen antes de esa edad.

Sobre todo en los meses en que los días eran muy cortos, la escuela era muy importante en  la vida de los chiquillos ya que pasábamos en ella la mayor parte del tiempo en que no estábamos en nuestra casa.

La enseñanza era separada por sexos, excepto en párvulos;  había dos escuelas de niños, dos de niñas y una de párvulos. El horario era de diez a una por las mañanas, y de tres  a cinco por las tardes; los sábados por la mañana también había escuela.

En aquéllos años estaban situadas en varios locales dispersos: las dos de niños, en el cuartel viejo; una de niñas, en el bajo de la casa donde yo viví unos años, y la otra en las Cuatro Esquinas, en una parte de la cámara de la casa donde vivía Paco Marín. La de párvulos estaba en el callejón debajo del casino de El Maleno.


(Dª. Isabel con sus alumnas uno de los cursos).


(Dª Antonia, con sus alumnas un curso)


(La escuela de niñas de Dª Antonia estaba en el local de los tres balcones, en las cuatro esquinas).

Las escuelas eran unitarias, es decir que había niños de seis   a los doce o trece años; los chiquillos íbamos a una u otra, según el barrio donde vivíamos. Así se mantuvo hasta que, en una visita del Inspector, uno de los maestros  planteó la conveniencia de que se graduara la enseñanza, y así se aprobó en la Junta Local de Enseñanza, como seguramente constará en el acta correspondiente.

El mobiliario estaba formado por los pupitres de madera, de dos plazas, de una sola pieza, aunque cada uno de los  asientos se levantaba independientemente del otro, igual que la tapa del cajón de la parte superior en la que nos apoyábamos para escribir. Cada uno de los pupitres tenía un agujero redondo en el centro, para poner el tintero, que solía ser de porcelana blanca, en el que se echaba la tinta para mojar la pluma para escribir (la tinta  se hacía allí mismo, diluyendo polvos en agua, con la que  se  llenaba  una  botella  y  desde  esta  la  echábamos  al  tintero).  Por  entonces  aun  no  había bolígrafos, por lo que los niños más pequeños escribían con lápiz, y los mayores, con la pluma, que iba colocada en un porta plumas. Al mojarla en el tintero, era muy fácil que nos cayera un buen borrón. El maestro tenia pluma estilográfica.


Enciclopedia Álvarez.


Dª Antonia en su escuela (se ven los pupitres, el mapa, las bombillas, el tubo de la estufa…)

Además de estos pupitres de dos plazas, había otros más largos, también de madera, de una pieza, y con el asiento corrido, por lo que si era necesario, nos apretábamos más y nos  sentábamos siete u ocho chiquillos.

Había uno o dos armarios donde dejábamos las libretas que gastábamos, y al final  del curso, el maestro le daba a cada chiquillo las suyas, y así podíamos ver nuestros progresos en el año.


1959. Foto típica que se hacía a todos los niños cada curso. (El alumno soy yo).

Detrás, debajo del mapa, asoma una pizarra. A lo largo de la pared había percheros donde colgábamos  los abrigos.  En la pared de detrás de la mesa del maestro, había un crucifijo, y a los lados, los retratos de Franco y de José Antonio, y un cuadro de la Virgen (una reproducción de la Inmaculada de Murillo).

En cada escuela había una estufa que funcionaba con carcacho, que recogíamos   en el ayuntamiento; cuando se acababa, el maestro mandaba a dos alumnos de los mayores, con un capazo y lo bajaban lleno, y así una y otra vez. No era raro que la estufa echara humo, y cuando ocurría esto, había que abrir la puerta y las ventanas para que se saliera, y entonces entraba un frío que pelaba.

Había una o dos pizarras colgadas de la pared, en las que se escribía con clarión, o tierra blanca; el maestro guardaba en el cajón de su mesa una caja de tizas de colores, para las ocasiones importantes.

También colgaban de las paredes dos o tres mapas, y  en la mesa del maestro había un globo terráqueo y un secante, que utilizábamos cuando nos caía algún borrón.

Cada niño llevaba una cartilla para leer, y cuando éramos un poco mayores, llevábamos la enciclopedia Álvarez, un único libro en el que se hablaba de matemáticas, historia, gramática, religión, ciencias naturales, etc. También llevábamos una libreta, en la  que hacíamos los trabajos de todas las materias, y cuando se acababa, empezábamos con otra. Estas libretas, cuyas tapas eran de color azul o anaranjado,  llevaban impresa en la portada trasera la tabla de multiplicar. Las hojas tenían marcados los renglones, con una sola línea o con dos, y otras eran de papel cuadriculado. Los cuadernos de gusanillo no se conocían.

Casi todos los chiquillos llevaban un estuche de madera, de uno o dos pisos, en el que guardaba el lápiz, el portaplumas y las plumas, la goma, el sacapuntas y algunos lápices de colores.

Mientras los alumnos de un nivel hacían trabajos en sus mesas, otro grupo se acercaba a la mesa del maestro, rodeándola, y   cada niño leía en voz alta un párrafo del libro o contestaba las preguntas del maestro sobre el contenido de la lección del día; si era el grupo de los pequeños, estos se acercaba uno a uno, y si leía bien la hoja que le tocaba, el maestro le marcaba con una cruz esa hoja, y lo mudaba a la siguiente.

Era muy frecuente recitar en voz alta, y todos en coro, tarareando,   oraciones, o la tabla de multiplicar, o los días de la semana, los meses del año, los ríos o cabos de España, las preposiciones, etc., etc. De esta forma, oyendo nuestra propia voz, se nos quedaba mejor lo que queríamos aprender.

También cantábamos, al entrar y antes de salir, canciones “patrióticas”, como el Cara al Sol, Prietas las Filas, Montañas Nevadas, etc., etc.

El maestro mantenía  la disciplina, y castigaba las travesuras  poniéndonos cara a la pared, a veces de rodillas, y otras veces nos pegaba con la palmeta en la mano (era creencia generalizada entre nosotros que si nos frotábamos la mano con un ajo porro, al pegarnos con la palmeta, esta rebotaría y le daría al maestro en la cara; pero, bien porque fallara el truco o porque nunca lo poníamos en práctica, lo cierto es que nunca rebotó).

Las escuelas, excepto la de Dª Isabel, no tenían aseos, ni patio,   por lo que el recreo lo hacíamos en la calle,  y si necesitábamos beber agua, pedíamos permiso al maestro y salíamos a la fuente más cercana; y si queríamos orinar, lo hacíamos en la calle; para “hacer del cuerpo”,   íbamos a un basurero y nos limpiábamos con una piedra.

En los días buenos de primavera, una tarde a  la semana, salíamos de excursión al campo, y aprovechábamos para dar alguna lección de naturaleza, y la tarde que subíamos al Molino de Viento, si soplaba el aire, echábamos la milocha.

Las maestras que había en el pueblo aquellos años eran   Dª Isabel, que era soltera,   y Dª Antonia, casada con D. Pascual, el oficinista del sindicato, que tenían dos hijas: Varalides y Socorro. La maestra de párvulos fue en una época Dª Paquita la del  Estanco, y después vino otra Dª Paquita, que se hospedaba en la fonda de Benito y que luego se caso con D. Santos, el Delegado del Trigo.


1961. Inauguración de las nuevas escuelas y casas de los maestros.

De los maestros, que debían ocupar un lugar preferente en este acto, solo aparece Dª Paquita, maestra de párvulos, con bolso. También están, con vestido de falangista, Dª Paquita del Estanco, que también fue maestra de párvulos algún año,  Isabel  de Madrona y Diego del Rey; la última por la derecha, Mª Josefa Mínguez, y detrás, Anita.

LOS MAESTROS

Eran D. Juan Manuel, que se trasladó pocos años después de llegar nosotros al pueblo, dejando un buen recuerdo; entonces    vino D. Fernando, de Ossa de Montiel, casado con  Dª Vicenta, que tenían un hijo, Fernandito, y vivían en una casa del cuartel viejo. Después vino D. José Martínez, de Jorquera, casado con Dª Dolores, que tenía varios hijos pequeños, todos niños. El otro maestro era mi padre, D. José Colmenero; como era del pueblo, la gente de su edad y mayores, le llamaba Pepe el Sastre, en alusión al oficio de mi abuelo.


Alumnos de la escuela de D. José Colmenero, con el maestro. Año 1961-1962.

D. José Colmenero (mi padre), fue maestro en Higueruela hacia 1940 y desde 1954 hasta 1967.


(Don Juan Manuel, con los alumnos de un curso).

Yo asistía a la escuela de mi padre hasta que cumplí los nueve años; me gustaba ir a la escuela, y lo pasaba bien; después, empecé a preparar el Ingreso, y ya no iba a la escuela, sino que estudiaba en mi casa, y a las cinco.  iba a que mi padre me tomara la lección.

Esto me gustaba menos, y no era feliz. Recuerdo que mi madre se sentaba en la mesa, a mi lado, con la zapatilla en la mano, para que estudiara, y si veía que me distraía, me daba con ella. Así estuve tres años, hasta que me fui a Albacete para estudiar tercero de Bachillerato. Es que el bachillerato, que no era obligatorio,  comenzaba a los diez años y duraba hasta los dieciocho, en dos fases: el Elemental, de cuatro cursos, después de los cuales se hacía una Reválida, y el Superior, de dos años, con otra Reválida al final.

Siempre estaba dispuesto a encontrar una excusa para no estudiar, aunque la conciencia no me dejaba divertirme en esos ratos, entre otras cosas por el miedo a lo que diría  mi padre cuando llegara la hora de darle la lección si no me la sabía. Recuerdo una ocasión en que vino un chiquillo de fuera, familia de alguien que no recuerdo, que era de mi edad, y como iba a estar poco tiempo, no iba a la escuela; así que un día yo me fui con él en vez de quedarme estudiando; estuvimos por el jardín, por los pinos, el Molino de Viento, etc. Me parece que se llamaba Siro, y aquella mañana cuando se puso a orinar, descubrí que no echaba el chorro por donde  todos, porque tenía obstruido  el conducto y tenía un agujero artificial en la parte lateral y delantera del pene, por donde orinaba. (Creo que Cándido nos acompañaba aquel día).

En el pueblo, los maestros preparaban a los alumnos para el ingreso y los primeros años del Bachillerato; después, para hacer el 3º, y a veces antes, lo normal era irse a algún colegio de Albacete;en el año 1956 se fueron internos a la Academia Cedes mi hermano Pepe e Ismael Mínguez. Yo me fui el año 1959.


(Mi Libro de Calificación Escolar, abierto en 1957).

Pepe hizo una excursión con su  curso a Toledo, y en una carta que nos escribió decía en qué se había gastado las 30 pesetas que llevaba

:

En el año 1953 España firmó un Tratado con Estados Unidos, a quien  se le entregaron varias bases militares  y ellos  apoyaron  nuestra entrada en la ONU y nos mandaron durante varios años cargamentos de leche en polvo, queso y mantequilla que se repartía en las escuelas. La leche venía en bolsas de plástico, dentro de cajas de cartón, de tres o cuatro kilos de peso; todas las mañanas, antes de salir al recreo, se preparaba la leche en una olla con agua que se calentaba en la estufa y si no se preparaba bien, se quedaba con grumos; cada niño llevaba su vaso con azúcar para tomarla. Por las tardes nos daban un trozo de queso, de color anaranjado, que venía en latas de unos cinco kilos, o mantequilla para extenderla en el pan.

La enseñanza estaba muy influida por la religión; en la escuela se enseñaba a rezar, y   los sábados por la mañana se explicaba el evangelio y se rezaba  el rosario. Y durante el mes de mayo se hacía el mes de María, montando una especie de altar con el cuadro de la virgen, forrando unos botes con papel de seda azul, en los que se ponían flores, sobre todo lilas, u otras como margaritas o amapolas que cogíamos en los ribazos; cantábamos aquello de

Venid y vamos todos
con flores a porfía,
con flores a María

que madre nuestra es”.

Algunos chiquillos, después de las cinco, cuando todos salían, se quedaban una hora más en la escuela, recibiendo “clases particulares”. Y otros recibían apoyo de alguna persona de su familia, o de algún vecino, o de alguien que lo hacía habitualmente, para repasar   y reforzar lo estudiado en la escuela; recuerdo que Perico el de los Conejos era una de las personas que lo hacían.

Al final del otoño y durante el invierno, cuando las tareas del campo eran escasas, se daban en la escuela unas clases de repaso a la que asistían los jóvenes que la habían dejado hacía poco, procurando no olvidar lo aprendido y, si era posible, ampliar sus conocimientos. Cuando se daban estas clases, se decía que había “Academia”.

Cuando se acercaba el día del santo de los maestros, un grupo de alumnos de los mayores iban por las casas de los demás, para recoger lo que cada madre quisiese o pudiese aportar para hacerle un regalo; se le solía comprar una corbata, una camisa, una pluma estilográfica, o cualquier otra cosa por el estilo, que se le daba el día del santo,  siempre acompañado de una postal en la que se escribía una felicitación.

También era habitual llevar a los maestros un hornazo en Jueveslardero, o un pan con mosto, o un presente de la matanza; recuerdo que mi padre siempre tenía algunos cuentos en mi casa,  y si algún alumno  llevaba algún obsequio le daba un cuento.



Con los alumnos de la escuela de mi padre, D. José Colmenero, al que sustituí unos meses de 1966.

 

   
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