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HIGUERUELA 1954-1959.
CINCO AÑOS DE MI INFANCIA
O
LA VIDA EN UN PEQUEÑO PUEBLO RURAL.

(Cosme Colmenero López)

PARTE DECIMA:

EL PARADOR, LA POSADA Y LA FONDA DE BENITO MARÍN.
CAMIONES. COCHES.MOTOS (LA GUZZI DE JOSÉ CANO, LA MONTESA DE PEPE DEL REY, EL VIAJE A LA ALDEA Y AL CERRO DE LA TINAJA).  BICICLETAS.

EL PARADOR-LA POSADA Y LA FONDA DE BENITO MARÍN.

Para acoger a los visitantes del pueblo que no venían a la casa de algún familiar, estaba la posada, situada entre las casas de Juan Ramón y la de Pascualete. Era un edificio de dos plantas; en la  baja había un gran portal, y a la izquierda, una habitación con  una estufa donde podían estar los huéspedes, y a un lado el comedor, y al otro, la cocina; también, entrando a la derecha, había una habitación, que se usaba de dormitorio, y en ella se instalaba cada año el cobrador de la contribución, que la expedía a través de una ventanilla que daba al portalón. También había grandes corrales, cuadras y almacenes. Los dormitorios para los huéspedes estaban en la planta de arriba.


(El Parador Nuevo).


(La posada Mateo).

La posada había sido antes el “Parador Nuevo”, como se leía en el cartel de azulejos que había encima de la puerta; mi abuelo Cosme era el dueño, y por eso mi madre era conocida como María la del Parador. Pero recuerdo que un día, por aquellos años, de pronto los albañiles montaron un andamio en la puerta, quitaron el letrero y lo cambiaron por otro que decía “Posada Mateo”, pues ya la llevaba  mi  tío    Mateo,  que  la  había  heredado  de  mi  abuelo.  (Supongo  que  este  cambio  de denominación obligatorio se debería a que por entonces se crearon los Paradores Nacionales, y querían el nombre en exclusiva). Ana María, la mujer de mi tío, y una hermana suya, Isabel, soltera, trabajaban duro en la posada; mis primas Mercedes, Marianín y Anita, también ayudaban, lo mismo que Cosme; el otro hijo, Alfonso, se fue  muy pronto a trabajar a Albacete en una farmacia.


(Mis tíos Mateo y Ana María, con sus hijos (falta Alfonso), yernos (falta Patro), nuera, nietos, su hermana (la Chacha) Isabel, y algunos allegados (el cura D. Vicente, el veterinario, D. José Bonilla, y el militar, a quien no identifico).

La casa de Benito Marín, que tenía panadería, también era fonda; en ella se hospedó el veterinario Sr, Petrel mientras estuvo destinado en Higueruela, y Dª Paquita, la maestra de párvulos. Y todos los años, en verano, se hospedaba allí  la familia de Emilio Panach, un periodista valenciano, casado con Pilar, una mujer del pueblo, con sus hijos Mª Pilar y Emilio.

CAMIONES. COCHES. MOTOS (LA GUZZI DE JOSÉ CANO, LA MONTESA DE PEPE DEL REY, EL VIAJE A LA ALDEA Y AL CERRO DE LA TINAJA). Ángel Marín, el policía y su moto.

Además del camión del Ordinario, tenía un camión Blas Sorel, con el que traía la fruta y verdura que vendía en su almacén; y los hermanos Blas y Antonio Abellán,  tenían un camión grande, marca Seddon, (en un momento determinado, los hermanos se distanciaron y separaron su negocio, y poco después Antonio trajo un chofer de Mogente; se llamaba Rafael, y acabó casándose con Bienve, la hija de Benito Marín);   Blas y Laureano Cano tenían varios camiones y su  chofer era Pepe Marín, hermano de Paco  y Porfirio.

Además del coche del farmacéutico, creo que por aquellos años, Antonio Abellán tenía un Citroen negro, que usaba como “coche de punto” (especie de taxi).

Había varias motos; José Cano tenía una Guzzi, de las pequeñas, de color rojo, de la que Cándido decía que tenía telarañas en el cambio de marchas, pues siempre iba muy despacio, por lo que se pensaba que no pasaba de primera;   otra igual tenía Dionisio; Matías López tenía una Peugeot, de color beis, y José del Rey tenía una Montesa, también roja. Con esa moto, recuerdo que no llevó en una ocasión a sus hijos Diego y Juan, y a mí, a su aldea, la  Hoya del Rey, donde estaba de mayordomo un hijo de Diego Aparicio, y allí pasamos varios días corriendo por los campos y pasándolo en grande; por la noche, José se sentaba con nosotros a tomar el fresco en la puerta de la casa, y nos contaba historias que nos embelesaban; además, un día nos llevó a los tres al “Cerro de la Tinaja”, el Mompichel, y subimos andando hasta la cumbre, y nos explicó el por qué de la fosa que hay excavada en la plataforma superior, que enseguida relacionamos con los moros.


Pepe del Rey, en su Montesa, en la plaza de toros en 1955.


Y Ángel Marín, en bicicleta.

 


(El cerro de la Tinaja).

D. Vicente, el cura, tenía una Vespa (o Lambretta). No recuerdo otras motos. Sí que había varias bicicletas, quizá en número de cincuenta o más.

De todos modos, la moto que más me impresionó fue la que trajo un día Ángel Marín, otro hermano de Paco y Porfirio, que era policía, y vino con su uniforme, con un chaquetón de piel encima, sujeto con un cinturón, unos guantes que le llegaban casi hasta el codo y unas botas hasta las rodillas; y paró delante de la casa de Paco con una moto que nos pareció impresionante a los chiquillos que nos amontonábamos alrededor.

LA AGRICULTURA. LOS CEREALES. LA SIEGA. LA TRILLA. EL SERVICIO NACIONAL DEL TRIGO. LOS DELEGADOS DEL SNT.

Higueruela era, igual que ahora, un pueblo en el que sus gentes vivían fundamentalmente de la agricultura de secano, siendo los principales cultivos los de cereales, trigo y cebada sobre todo, y las viñas. También había una zona de huertas que se regaban con agua sacada de pozos y, durante unos años tuvo gran importancia el cultivo de champiñón. Había también algunos almendros, nogales y olivos.

No todos los propietarios de tierras las cultivaban directamente, sino que algunos de ellos las daban “en rento”, es decir, las entregaban a agricultores que las cultivaban y, en pago al dueño, le daban cada año el rento, que consistía en una de cada cinco fanegas de trigo o cebada obtenida.

La mayor parte de las tierras estaban dedicadas, como hemos dicho, al cultivo de trigo o cebada, que se sembraban en otoño y se recolectaban en julio; entre tanto, se tableaban los bancales y se abonaban. Como puede verse, eran muy pocas tareas las que exigían estos cultivos durante los largos meses de invierno y las que se realizaban, se hacían con ayuda de aperos muy rudimentarios, como el arado, la vertedera, los tablones, y con la ayuda de animales: mulas o burros. Para mantener estos animales, en las casas de los agricultores había cuadras en las que dormían, con pesebres en los que se les ponía el pienso, y con el suelo cubierto de una espesa capa de paja para hacerles más cómodo el descanso y darles calor. En la planta superior de las cuadras estaba el pajar, comunicado con aquéllas por un agujero por el que se echaba la paja a la pajera, un recinto en una de las esquinas de la cuadra.

Además se les ponían unas grandes piedras de sal mineral, que los animales lamían como un complemento de su alimentación.

La única fuente de riego de estas tierras era la lluvia, por lo que los campesinos miraban continuamente al cielo en espera del agua imprescindible para el crecimiento  de los cultivos, y con el temor de que un pedrisco inoportuno destrozase la cosecha. La escasez de agua, y el hecho de que las tierras no fuesen de extraordinaria calidad, obligaba  a dejar  los bancales un año de descanso, de barbecho, entre cada dos de cultivo.

Ya en el mes de junio las mieses estaban granadas, aunque aun verdes, y era muy frecuente que los chiquillos cogiésemos espigas de cebada para comernos los granos después de pelarlos. Y en julio se iniciaba la siega, y después la trilla. Ambas tareas se hacían manualmente, aunque  en la trilla se empleaban maquinas muy elementales: las trillas y los trillos.


(La siega)

Cuando llegaba la siega el pueblo se llenaba de cuadrillas de segadores, cada uno con su sombrero de paja y con su pequeño hato y su hoz al hombro, que venían de distintos puntos de España, y que llegaban a Higueruela después de haber terminado la misma tarea en otros lugares donde la mies había madurado antes. Vivían en la casa del agricultor que los contrataba, durmiendo en las cámaras o en los cobertizos de los corrales. Trabajaban de sol a sol, tantos días como fueran necesarios hasta que toda  la mies estaba segada. Formaban gavillas, haces y caballones (cada caballón de mies solía dar una fanega de grano) que quedaban  apilados  en los bancales hasta que, con la ayuda de las horcas,  se cargaban en los carros o galeras y se llevaban a la era. (El carro tenía dos ruedas y dos varas, en medio de las cuales se situaba la caballería que tiraba de él. La galera era más grande que un carro; tenía cuatro ruedas y en vez de dos varas, tenía una lanza, a cuyos lados se enganchaban las dos caballerías que la tiraban. Las galeras eran mucho menos numerosas  que los carros; el padre de Aurelio tenía una, y quizás hubiera otras tres o cuatro en el pueblo).

Terminada la siega de un bancal “en rento”, el agricultor avisaba al dueño por si quería ir ya contar los caballones, con lo que podía hacerse una idea muy aproximada de lo que iba a obtener ese año.

La trilla se hacía en las eras, que estaban ubicadas cerca del pueblo, alrededor del mismo; eran superficies de forma circular, de unos 15 o  20 metros de radio, muy alisadas y apisonadas,  que, una vez terminada la trilla, se cubrían de paja para protegerlas de las lluvias, nieves y hielo y mantenerlas en las mejores condiciones hasta el año siguiente.

La mies se extendía en la era, cubriendo con una gruesa capa toda su superficie, y sobre ella daba vueltas de forma continua una trilla o un trillo, tirados por mulas, hasta que quedaba totalmente triturada y separado el grano de la paja.


Un carro, en funciones distintas de las suyas habituales.

La trilla era una plataforma de  tablas de madera, ligeramente curvadas hacia arriba en la parte delantera, de unos dos metros y medio de larga por uno de ancha, con trozos de pedernal incrustados en su superficie inferior, a la que se enganchaba la caballería que tiraba de ella, conducida por el trillador que iba de pie sobre en la trilla. Los trillos eran algo más complejos: estaban formados por una plataforma de madera, sobre unas ruedas de unos 40 o 50 centímetros de diámetro,  y una serie de cuchillas metálicas   que iban girando conforme avanzaba el trillo sobre la mies, cortándola, dando vueltas alrededor de la era, tirados por la caballería que era guiada por el trillador, sentado en una especie de silla atornillada en la plataforma superior.


(La trilla en la era).

Los trilladores comenzaban la jornada muy temprano y almorzaban y comían en la era; hacia las seis o siete de la tarde se hacía la merienda, abundante de embutidos, jamón, hortalizas, y regada con buen vino, y que, para algunos chiquillos, entre los que me encontraba, tenía un carácter festivo;  un chiquillo de la familia llevaba la merienda a la era, y a veces se dejaba acompañar de algún amigo, y ambos participaban con los trilladores en la merienda. No   olvidaré nunca aquellas tardes en que acompañaba a Aurelio a llevar la merienda a la  era y, si llegábamos a tiempo, nos subían en el trillo durante una o dos vueltas, con lo que parecía que nos ganábamos el derecho a merendar.


(En este paraje estaba la era del padre de Aurelio)

Para esos momentos ya había caído el sol, y se levantaba una ligera brisa que permitía separar el grano de la paja aventando la  mies triturada, lo que se hacía lanzándola al aire con una pala, y cayendo el grano casi verticalmente mientras que la paja, impulsada por el vientecillo, caía algo más allá.

Después se acribaba, echado paladas del grano sobre la criba, que era un arel o cedazo, circular, de 80 o 90 cm de diámetro, que, sujeta a una horca apoyada en el suelo, se manejaba  por un hombre que la movía cadenciosa y rítmicamente para que cayera el grano al suelo y las granzas quedaran en la criba, desde donde se echaban a un montón aparte.

Acabado el cribado, se recogía el grano con la media fanega, en la que se rasaba con el “redor”, se echaba a los costales y estos se cargaban en el carro o en la galera y se llevaba, si era cebada,  a la casa del agricultor, donde se descargaba, se subía a la cámara y se vaciaban en los atrojes, pequeños compartimentos construidos de ladrillo, con paredes de menos de un metro de altura, donde se dejaba hasta que, la que no se consumía como alimentación de las caballerías o para hacer  harina en el molino, para el amasado de la comida de los cerdos, se vendía.

El molino estaba en el mismo recinto de la fábrica de harinas de Marcos Gómez, y por aquellos años, Blas, empleado del molino,   construyó uno propio cerca del Camino de la Cruz.

El trigo se llevaba a alguno de los almacenes del Servicio Nacional del Trigo (SNT), porque su comercio estaba intervenido por el Estado a través de este organismo. Había un almacén en el callejón de entrada a la pista del casino de Agustín, pero el principal estaba en el recinto de la fábrica de harinas, y era normal que cada tarde de la época de la trilla se formaran largas colas de carros a la orilla de la carretera esperando el turno para descargar; de esta tarea de la descarga del trigo y su traslado al almacén después de pesarlo, se ocupaban los descargadores ( Herminio el Tito y su hermano Antonio, su cuñado Cantuda y Alfonso Zaragata). Al frente del SNT estaba un Delegado; del primero del que guardo recuerdo es de D. Ramón, que vivía en la casa de D. Pedro Gil, que ocuparía mi familia cuando é la dejó; tenía dos hijas, más o menos de mi  edad, y su mujer estaba muy gorda. Después llegó D. Germán, que vivió en el piso de arriba de  la casa de María Rosillo. Estuvo pocos años en el pueblo, y luego llegó D. Santos, que se casó con Dª Paquita, la maestra de párvulos.

Las fábricas de harinas, la de Marcos, en el pueblo y cualquier otra, compraban el trigo al SNT, y lo transformaban en harina, que se vendía para hacer el pan.

 

LAS VIÑAS. LA VENDIMIA.


Mi padre, en 1966 en la viña.

Después  de los cereales, la mayor parte de la tierra se dedicaba al cultivo de una variedad de vid que daba una uva tintorera muy apropiada para dar color a los vinos. También había viñas que producían uva de mesa, que se consumía en el momento de su recogida, en los meses de septiembre y octubre, y la que no se consumía en esa época, se conservaba hasta Navidad, colgando los racimos en las moldadas de las cámaras.

De las viñas, además de la uva que se vendimiaba en el otoño, se aprovechaban los sarmientos, ramas que se cortaban (esarmentar) y que se ponían en los “barandaos”   para que se secaran y después se aprovechaban como leña para la lumbre.

Era frecuente coger los primeros brotes verdes de la cepa, los tronchos, que se comían directamente así, o se echaban en vinagre o aguasal y se comían más adelante.

La uva para el vino se llevaba a la única bodega que había en el pueblo, la de Blas Cano, con entrada por el Camino de la Cruz; allí se formaban colas de carros cargados de uva  esperando ser pesados y   descargados; a diferencia del almacén del trigo, donde se pesaba saco a saco en una báscula pequeña,  en la bodega había una báscula enorme sobre el suelo, a la entrada, y en ella se pesaban los carros enteros cargados de uva.

La uva se pisaba por hombres que bailaban sobre ella hasta triturarla; de esa forma, el líquido, el mosto, iba a unos recipientes donde se dejaba hasta que fermentaba y se transformaba en vino, y la piel de los granos, el orujo,  por otro lado  y por otro, los raspajos.

En estas fechas de la vendimia, se hacía  pan con mosto, que era una especie de bollo  que se hacía con una masa de harina y este producto.

LAS HUERTAS. LAS BALSAS.

Alrededor del pueblo, en la parte este y sur, y entre la carretera de Alpera y el pie del cerro de las Tres Piedras,  había una zona de huertas, donde gracias al agua que se sacabas de pozos, se cultivaban hortalizas que se destinaban a consumo propio de los dueños (patatas, tomates, lechugas, bajocas, pimientos, melones, sandías, etc., etc.) o a alimentación del ganado (alfalfa, panizo, etc.). También había árboles frutales, como pumares, albaricoqueros, cerezos, manzanos, perales, etc. Los menos abundantes eran los cerezos (recuerdo uno enorme  en la huerta de Ferri, junto a Los Pajaritos, y otro más pequeño, en la huerta de Aurelio).

Siendo Higueruela una  zona tan seca, las huertas, sobre todo en los meses de junio y julio, eran una especie de oasis, donde abundaba la vegetación, el verdor y la humedad, donde encontrábamos mariposas de distintos colores  y pájaros  cantores que creaban un ambiente con un colorido y hasta con un olor especiales.

Mi familia tenía un pequeño bancal que se regaba con agua del pozo de Alfonso, en el que había tres albaricoqueros; un año hubo una cosecha tan abundante que no pudimos consumirla entera, y mi madre hizo mermelada de albaricoque, de la que estuvimos comiendo todo un año. Las cosechas de tomate también permitían hacer una parte en conserva, metiéndolo en botellas de cristal, para consumirlo después; también podían cogerse cuando estaban verdes, y se echaban en vinagre o aguasal y se comían una vez acabada la época de la cosecha, cuando ya no había  fruta ni verdura fresca que comer.

El agua de los pozos se sacaba con motores eléctricos, aunque aun se conservaba alguna noria en la que se sacaba el agua mediante un mecanismo que se movía con la fuerza de una caballería que,  con los ojos vendados, daba vueltas continuamente enganchada al palo de la noria; y también quedaba una molineta, con el mismo mecanismo de la noria, pero en la que la fuerza de la caballería se sustituía por la del viento, que hacía girar la rueda de la parte superior de la molineta que tiraba de los cangilones con los que se subía el agua del pozo. Normalmente, junto a cada pozo había una balsa en la que se almacenaba el agua, y desde ahí se sacaba para regar según fuese necesario. En estas balsas era en las que nos bañábamos en verano.

 

EL CHAMPIÑÓN.

Por aquellos años se inició el cultivo de champiñón, que en poco tiempo se extendió mucho, convirtiéndose en el principal medio de vida de un gran número de  familias.

Se cultivaba en cuevas que se excavaban en la arena; tenían alrededor de dos metros de anchura y una profundidad muy variada; se hacían surcos con la arena, se echaba abundante basura, y sobre ella se sembraba el champiñón, que crecía casi de un día para otro. Se recogía, se metía en cajas, y se enviaba a Almansa desde donde se distribuía.


(Junto al “peñón gordo”, la entrada a lo que seguramente fueron cuevas de champiñón).

Este fue un cultivo nuevo, desconocido hasta entonces en el pueblo, que se desarrolló sin vinculación con los tradicionales propietarios de las tierras, pues no se cultivaba sobre tierras propiedad de nadie, sino, como se ha dicho, sobre cuevas excavadas en las laderas arenosas de los cerros, que eran  propiedad municipal.  Y  esta  circunstancia  permitió    una  democratización  de  su  cultivo,  que realizaba gente que, en muchos casos,  nunca se había dedicado a la agricultura, y que permitió, como oí decir un día en el casino de Agustín  a uno de los hombres que estaba sentado en el corro de la estufa, que mucha gente pudiera llevar cinco duros en el bolsillo.

LA ROSA DEL AZAFRÁN.

Tano sembraba cada año un bancal con cebollas para cultivar la rosa del azafrán;  la rosa, de color violeta, se cogía en el mes de noviembre, antes de que saliera el sol para que estuviese fresca, por lo que su recogida siempre se hacía con mucho frío. En una ocasión fui con las hijas de Tano y otras mujeres a coger la rosa y recuerdo bien el frío que se pasaba.

Después había que mondarla, lo que se hacían las mismas mujeres que la habían recogido, alrededor de una mesa con el brasero o cerca de la lumbre, y era motivo para contar historias, chistes o chirigotas, que hacían que el tiempo pasara muy alegremente.

Alrededor de la mesa se formaban grandes montones de la flor, incomparable con el montoncillo de  los hilos rojos del azafrán que se ponían aparte, hasta que se tostaban y luego se vendían a un
precio muy alto.

EL ABONO.
Para mejorar la fertilidad de las tierras, se  abonaban con cierta periodicidad; el abono era un producto grisáceo, que en el pueblo se podía comprar a Gregorio, que lo almacenaba en su casa, frente al jardín, o a Diego Aparicio, que  tenía el almacén en  el bajo de una casa en la calle que va de las Cuatro Esquinas a la Plaza.

Durante muchos años hubo un cartel formado de mosaicos en la fachada de la casa de Juan Aparicio, donde ahora está el bar de Blas el Maleno, de publicidad de Nitrato de Chile.


Diego Aparicio, con su mujer, Ana María, y sus hijos. La foto debe ser del años 1946 o 1947.

AGUA. LAS FUENTES. LOSCHORROS. EL CHARCO.

El agua, según recuerdo,   siempre fue un problema en Higueruela; de una parte, porque la agricultura de secano, principal fuente de riqueza del pueblo, dependía del agua de lluvia, que siempre se consideraba escasa, y de otro, porque el agua para uso humano tampoco sobraba, por lo menos la que se consideraba de calidad suficiente, que se sacaba de un pozo junto al cementerio, que daba problemas con mucha frecuencia.

El agua se canalizaba desde el pozo hasta las fuentes, de donde se cogía para el usodoméstico.Había varias fuentes, situadas estratégicamente por todo el pueblo, y vivir cerca de una era un gran ventaja, pues las casas no tenía nagua corriente. Había una en la Replaceta, otra delante de la casa de Dionisio Fresneda, otra, la del estanco, enfrente de la casa de José Cano, otra, la de Juan Ramón, al final de la calle Santa Quiteria, y otra, en la Plaza.

 


Con mis hermanos en 1954, cerca de la fuente del estanco. A la izquierda, Blas el Maleno,
y al fondo, se ve la puerta de su casino)

 

Estas fuentes tenían una pequeña estructura en forma de prisma de hierro, de un metro, más o menos,  de  altura,  de  uno  de  cuyos  lados  salía  un  grifo  dorado,  que    soltaba  agua  apretando fuertemente sobre la parte delantera de éste; tanto costaba apretar el grifo, que en todas las casas había un apretador, que era una pieza de madera, con un alambre de lado a lado, que se acoplaba al grifo y lo mantenía apretado; era habitual que lo chiquillos de cada casa se encargasen de llevar el agua, con los cántaros de cerámica que había en todas las casas, o con los cubos de latón; en verano esta tarea podía ser hasta agradable, pero en invierno, no nos gustaba hacerla; casi siempre había que hacer cola hasta que te tocaba y se pasaba mucho frío.

Recuerdo que algunos días de invierno el agua de las fuentes se helaba en las cañerías y era necesario  hacer fuego junto a ellas para descongelarla.

Además, estaban Los Chorros, junto al Cuartel de la Guardia Civil, con un pozo propio del que se sacaba el agua para los pilones y para el Jardín; En realidad Los chorros era un abrevadero, en la entrada del pueblo, donde se llevaban las caballerías a la vuelta del trabajo para que bebieran, antes de encerrarlas en su cuadra. El pozo estaba junto al Jardín, y estaba cubierto con una caseta; junto a esta caseta había una pequeña  explanada, con tres pilones  en sus lados (uno junto a la caseta, otro junto al Jardín y el tercero junto a la calle que los separaba del cuartel) dejando el cuarto lado libre para el acceso de personas y caballerías.

Aunque el agua de este pozo era potable, decían que era blanda, y de peor calidad que la de las fuentes.


(El “charco” en la actualidad).

Por el campo había distribuidas varias fuentes, como la del Rincón, la del Cuerno,  la fuente- casa, y otras, que, al parecer, en alguna época abastecían al pueblo, y que en los años de esta narración se utilizaban para dar de beber al ganado.


   
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